jueves, 23 de abril de 2009

La Grevillea de la calle Superba

El Marina del Rey Garden Center era el vivero más completo, ordenado, variado y bonito que recordaba haber visto hasta ese momento. Allí conocí a mi amigo Horacio y empecé a tomar conciencia de cuánto me gustan las plantas. Asesorada por él, planté un robusto arbolito que traje caminando de la casa de mi vecina en un carrito y que vi crecer durante cinco años. Cuando me tocó mudarme ya se había transformado en árbol más alto de toda la cuadra de Superba al 1100, una cuadra con hermosos arboles. Dos años después, cuando volví a visitarlo era más alto todavía




No tuve el privilegio de verlo florecer pero vean lo que se muestra en internet de su floración.

martes, 7 de abril de 2009

jueves, 2 de abril de 2009

California


Brasil produce, sin que uno se de cuenta, una dependencia visual del verde. ¡Cómo no extrañarlo! En los primeros tiempos en California, la falta de ese verde con el que estaba acostumbrada a convivir era dolorosa. El desierto tiene una variedad enorme de colores pero los verdes, en particular, son siempre adjetivados y raramente intensos: verde amarillento, verde azulado, verde grisáseo, y por ahí.

Ayuda ser un bicho de costumbre. El sol termina decolorando hasta el recuerdo del verde tropical y con el tiempo uno aprende a apreciar los matices de colores del desierto.

Al año de vivir en Los Angeles, me mudé a una casa bien típica del sur de California, con un jardín bastante feíto y aburrido, pastito adelante, plantitas contra la casa. Para hacerlo territorio amigo se me ocurrió plantar una glicina y una parra, las dos grandes sombras protectoras de mi casa de infancia.



Así llegué al vivero de mi barrio que resultó ser el Marina Del Rey Garden Center y que tenía la más increíble colección de suculentas que había visto hasta entonces. Y así fue que reinicié mi relación con ellas.

Planté la parra en el jardín y así fue el rincón de la parra algunos años después. La glicina no prendió.